lunes, 11 de febrero de 2013

TEORIA DE LA MOTIVACION AL LOGRO

HOLA CHICOS DE PSICOLOGIA 2 SABATINO, AQUI LES PUBLICO LA LECTURA QUE DEBEN REALIZAR 0PARA EL DIA SABADO 16 DE FEBRERO, NO OLVIDEN HACER UN MAPA CONCEPTUAL O MENTAL O UNA SINTESIS DE LA LECTURA PARA QUE SE APOYEN DE ELLA EN LA CLASE, LES MANDO UN ABRAZO Y LOS VEO EL SABADO,  BONITA SEMANA!
 
La teoría motivacional del logro de metas

Una de las aproximaciones cognitivas actuales tiene que ver con la evolución que se ha producido en el análisis de la motivación de logro. Así, desde las clásicas formulaciones basadas en la reducción del impulso, hasta la moderna consideración de las metas como motivos en sí mismos, se puede apreciar cómo el motivo de logro, tan frecuente en nuestra sociedad, puede ser mejor entendido desde una perspectiva totalmente funcional y adaptativa. No obstante, las dos aproximaciones coexisten en nuestros días, pudiendo establecer que la más reciente, esto es, la que considera las metas como motivos, representa una evolución natural de la perspectiva basada en el logro desde la reducción del impulso.

Desde la primera de las aproximaciones, la clásica, se defiende que la motivación es un impulso, esto es, un estado interno, una necesidad o condición que empuja al individuo hacia la acción. Desde esta perspectiva, se considera que las necesidades se encuentran localizadas en el interior del individuo[6]. Los representantes por excelencia de este tipo de propuestas fueron, como ya hemos revisado, Atkinson (1957/1983, 1964) y McClelland (1961), estableciendo que la conducta orientada al logro es el resultado de un conflicto entre el motivo de éxito y el miedo al fracaso. Desde esta aproximación clásica de la consideración de la motivación como un impulso, en la que cobra una relevancia especial la significación de los incentivos, se propone que los individuos encuentran su nivel motivacional óptimo sabiendo que el número de recompensas es menor que el número de participantes para conseguir tales recompensas, con lo cual se estimula la creciente competitividad entre los individuos. Además, Covington (2000) encuentra que esta forma de entender la motivación de logro suele tener repercusiones negativas en los procesos de aprendizaje, pues orienta las conductas de muchos individuos hacia la evitación del fracaso, y no hacia la consecución del éxito.

Desde la segunda de las aproximaciones, se propone la perspectiva de los objetivos o metas como motivos que activan al individuo hacia la acción (Elliott y Dweck, 1988). Desde esta nueva orientación, se asume que cualquier conducta posee una significación, una dirección y una propositividad derivadas de las metas u objetivos que persigue el individuo. Es decir, cualquier significado de una conducta viene definido por la meta que se intenta conseguir, de tal suerte que la intensidad y la cualidad de esa conducta variará según lo haga la relevancia que posee la meta para el individuo. También desde el punto de vista de la significación de los incentivos, en la consideración de las metas como motivos se propone que el nivel motivacional óptimo de los individuos se consigue cuando existen suficientes recompensas para todos ellos, recompensas que pueden ser de todo tipo, extrínsecas e intrínsecas, existiendo, además, diversas formas o posibilidades de obtener dichas recompensas. Como puede apreciarse, se trata de una alternativa al sistema competitivo comentado en la consideración de la motivación como impulso.

Pues bien, la consideración de los objetivos o metas como motivos en sí mismos ha dado lugar a la Teoría motivacional del logro de metas (Dweck, 1986; Zimmerman, Greenspan y Weinstein, 1994; Urdan, 1997; Covington, 2000; Self-Brown y Mathews, 2003). Según esta nueva conceptualización del motivo de logro, de forma genérica se establece que existen dos tipos de metas que persiguen los individuos: las que se relacionan con el aprendizaje y las que se relacionan con la actuación. Las metas relacionadas con el aprendizaje se refieren al incremento de la competencia y del conocimiento de un individuo, mientras que las metas relacionadas con la actuación tienen que ver con la infravaloración de la conducta de los demás para incrementar la valía de la propia conducta o actuación.

Parece constatado que las metas relacionadas con el aprendizaje favorecen el procesamiento de la información en un nivel profundo y estratégico, hecho que, en última instancia, promueve un incremento en el logro de dichos individuos. Mientras que las metas relacionadas con la actuación reducen la calidad y la profundidad del procesamiento de la información, pudiéndose apreciar que, en términos generales, el logro de este tipo de personas es mucho menor.

Se ha podido comprobar que los individuos que se guían por las metas relacionadas con el aprendizaje se muestran más conscientemente informados acerca de lo que están aprendiendo, así como del valor funcional de dichos aprendizajes. Como consecuencia de ese auto-control sobre lo que están realizando, dichos individuos se caracterizan por utilizar procesos de atribución bastante ajustados respecto a los logros y los eventuales fracasos en los mismos. Como indican Pintrich y Schunck (1996), el hecho de fracasar en la consecución de un determinado objetivo no significa necesariamente incompetencia. El conocimiento realista de la meta que se busca, de los recursos de los que se dispone, y de la actitud mostrada en el intento de consecución, esto es, la persistencia y el esfuerzo, permiten a estos individuos realizar atribuciones positivas y adaptativas. Por regla general, este tipo de individuos considera que el esfuerzo es una de las más importantes claves del éxito y del eventual fracaso. De hecho, el esfuerzo y la persistencia son características típicas en estos individuos.

No obstante, recientemente Barron y Harackiewicz (2001) han puesto a prueba la bondad de cada una de las perspectivas, sugiriendo que no existe incompatibilidad entre ambas formas de motivación dirigida a metas. Tanto las metas relacionadas con el aprendizaje, como las metas relacionadas con la actuación, favorecen el cómputo global de consecución de un individuo. Probablemente, dicen los autores, la perspectiva más interesante y fructífera sea aquella en la que predominan las metas relacionadas con el aprendizaje, sin que ello sea óbice para que un individuo, si así lo estima, pueda llevar a cabo también actividades características de las metas relacionadas con la actuación.

Otro aspecto de interés en los individuos guiados por las metas relacionadas con el aprendizaje se refiere a la gran cantidad de conductas prosociales en las que se implican. Con diferencia notoria respecto a los individuos guiados por las metas relacionadas con la actuación, se constata que aquellas personas centradas en las metas relacionadas con el aprendizaje tienen más amigos entre sus compañeros y superiores, son más respetados y queridos, y, en general, más conocidos en el ámbito en el que llevan a cabo su actividad. De forma particular, como señalan Wentzel y Wigfield (1998), en el ámbito académico se ha podido observar una importante correlación positiva entre la obtención de los mayores logros académicos y la participación en organizaciones estudiantiles, representación de estudiantes, etc. Son dos características notables de los individuos guiados por la obtención de metas relacionadas con el aprendizaje.

Uno de los objetivos importantes que se persigue desde la formulación teórica de las metas como motivos consiste en establecer diferencias entre los incentivos y las metas. Veamos. Un individuo tiene que decidir acerca del modo en que invertirá su tiempo y su esfuerzo para obtener algún resultado o incentivo. Entre los resultados o incentivos que pueden ser elegidos para aproximarse o para alejarse, el que definitivamente resulta elegido se corresponde con la meta de ese individuo. Cada uno de los posibles objetivos que puede elegir un individuo representan incentivos como tales, pero sólo el objetivo que resulte elegido se convertirá en la meta que persigue ese individuo.

En este orden de cosas, Deckers (2001) propone la existencia de otras diferencias entre incentivos y metas, entre ellas la que enfatiza que la meta es mucho más importante que los objetivos o incentivos. Creemos que esta afirmación tiene que ser matizada. En primer lugar, proponer que la meta es más importante que los objetivos parece razonable y lógica si pensamos que el individuo ya ha elegido de entre los posibles objetivos cuál de ellos se convierte en una meta. Por lo tanto, los restantes objetivos ya no son relevantes en ese momento -o han pasado a tener una relevancia considerablemente menor. Sin embargo, en segundo lugar, hay que reseñar que, antes de elegir la meta, todos y cada uno de los objetivos posibles son analizados como eventuales y futuras metas. Por lo tanto, en ese momento, todos los objetivos tienen una cierta relevancia. A medida que avance el análisis y la evaluación de las características gratificantes de todos y cada uno de los objetivos, así como de la dificultad que entraña la consecución de cada uno de ellos, junto con la constatación de los recursos y habilidades propias disponibles para emprender la tarea de conseguir uno de ellos, se irá perfilando la distinta probabilidad que tiene cada uno de los objetivos posibles de convertirse en meta. Al final, uno de ellos será el elegido, convirtiéndose en la meta que intentará conseguir ese individuo. En tercer lugar, y como consecuencia de lo que acabamos de comentar, los incentivos y las metas comparten una característica de interés: en ambos casos, el individuo anticipa el resultado de una eventual acción. De hecho, antes de que un objetivo se convierta en meta, el individuo anticipa cuál será el resultado o las consecuencias de la conducta a realizar. Precisamente, la característica de la anticipación del resultado es también uno de los factores importantes en la elección de la meta a partir de los objetivos disponibles, pues se encuentra íntimamente asociada a las connotaciones gratificantes que poseen los distintos objetivos para el individuo que se enfrenta a la tarea de consecución.

Hace unos años, Austin y Vancouver (1996) enfatizaban que el término meta posee muchos significados. Así, el contenido de las metas se refiere a los resultados que se obtienen con la consecución de esa meta; tales resultados pueden ser internos -adquirir conocimientos, habilidades, recursos, etc.- o externos -conseguir aprobación social, bienes, estatus, etc. También cabe hablar de la estructura de las metas, o sistema de prioridad de las metas, el cual hace referencia a la interacción que se produce entre las distintas metas posibles que un individuo puede proponer; es decir, como consecuencia de las distintas influencias sociales y culturales características del ambiente en el que se desarrolla un individuo, éste posee un sistema jerárquico que le lleva a proponer un determinado tipo de metas, las que son importantes para él, y a ignorar otras metas potenciales, aquellas que son irrelevantes en su sistema de prioridades. También se puede establecer la existencia de planificación e intencionalidad en las metas, pues, en la medida en que cada meta suele ser elegida por un individuo, éste organiza cómo y con cuánto esfuerzo tratará de conseguirla. En este marco de referencia, hay algunos aspectos relevantes en la comprensión de los motivos a partir de esta teoría. Entre ellos encontramos la selección de metas y la finalidad de las mismas.

La selección de las metas

En cuanto a los factores que influyen para que uno de los posibles objetivos resulte elegido y se convierta en meta, se encuentran los siguientes: el valor de incentivo de la meta elegida, que no sólo tiene connotaciones de gratificación, también es relevante la utilidad y funcionalidad que posee la meta elegida para el individuo; en igualdad de condiciones, la mayor probabilidad subjetiva de éxito, aunque este factor se encuentra matizado por el valor de incentivo que posee la meta; el tiempo y el esfuerzo que hay que invertir, factor que también se encuentra matizado por el valor de incentivo y por la probabilidad de éxito. En última instancia, el valor de incentivo, la probabilidad de éxito y el esfuerzo son tres importantes factores que interactúan y permiten explicar por qué un individuo selecciona y elige uno de los posibles objetivos disponibles, esto es: por qué un incentivo se convierte en meta. Desde ese momento, el individuo persistirá en la consecución de la meta, pudiendo ocurrir: (1) que consiga dicha meta, (2) que la meta sea desplazada por una nueva meta más atractiva[7], (3) que la meta sea simplemente abandonada.

La finalidad de las metas

En relación a la finalidad de las metas, debe tenerse en cuenta que no existe una única finalidad, sino todo lo contrario. Así, una finalidad relevante de las metas consiste en la potencial capacidad de las mismas para proporcionar afecto positivo, las cuales presentan una mayor capacidad para atraer la atención del individuo y para desencadenar la conducta motivada en cuestión que lleve a esa persona a la obtención de la meta. Por el contrario, aquellas metas que proporcionen la posibilidad de obtener un afecto negativo, o aquellas otras que supongan un riesgo de perder el eventual afecto positivo presente en ese momento, serán evitadas, y no desencadenarán una conducta motivada para intentar su consecución, sino, más bien, lo contrario: una conducta motivada para alejarse de ellas[8].

Otra finalidad de interés para entender la elección de una meta por parte de un individuo consiste en la posibilidad que ofrecen dichas metas para evaluar la auto-eficacia. En este caso concreto, la meta en sí misma pierde su potencial capacidad para reportar connotaciones positivas al individuo. La meta se ha convertido en una variable instrumental que permite a ese individuo probarse a sí mismo y a los demás su propia valía. Creemos que, en este caso, la meta en sí es contrastar la capacidad del individuo, mientras que el objetivo o incentivo que se eligió no es más que un instrumento en el proceso de comprobar si se cumple la meta de la auto-eficacia.

Otra finalidad relacionada con la elección de una meta se refiere a la capacidad de un determinado objetivo o incentivo para satisfacer necesidades fisiológicas. Así, existen ciertas sustancias que son consideradas como metas por su capacidad para satisfacer necesidades básicas del individuo. Ahora bien, tales substancias adquieren su potencial capacidad como metas dependiendo del estado fisiológico de necesidad o motivacional de un individuo. Muy al estilo de lo que propusiera Tolman (1932) al hablar de la conducta propositiva, una determinada sustancia adquiere connotaciones de meta que motiva una conducta si en ese momento el organismo necesita conseguir esa meta. En otras ocasiones, en las que no existe ese estado fisiológico de necesidad o motivacional en el organismo, es muy poco probable que esa misma sustancia sea considerada como meta que motiva una conducta en ese individuo. Es decir, el valor subjetivo -o valencia- de un estímulo depende del estado momentáneo del organismo, de tal suerte que aquellos estímulos que son congruentes con la eventual deficiencia fisiológica de ese organismo son los que adquieren una mayor valencia positiva; se convierten en metas que motivan al individuo en pos de su consecución, y activan la conducta motivada apropiada para conseguirlo.

En un sentido parecido, existen también objetivos o incentivos que se convierten en metas por su capacidad para satisfacer necesidades psicológicas. Una necesidad psicológica también influye en la valencia del incentivo que tiene capacidad para satisfacer dicha necesidad, haciendo que dicho objetivo o incentivo se convierta en meta. El sistema de valores de una persona es uno de los factores que influye en el momento en que esa persona decide cuál de los diversos objetivos o incentivos se convierte en una meta. Como señalábamos anteriormente en el apartado correspondiente a las teorías basadas en la competencia y el control, las distintas necesidades psicológicas propuestas se aglutinan en torno a tres grandes núcleos: la seguridad, la interacción social y el crecimiento personal (Emmons, 1989). En función de las características personales de cada individuo, será más probable que se experimente una de esas formas de necesidad, con lo cual también será más probable que los objetivos o incentivos asociados a ese tipo de necesidad se conviertan en metas capaces de activar la conducta motivada en cuestión.

              Cabe también hablar de otro tipo de finalidad relacionada con la elección de una meta, en este caso desde la perspectiva de la consideración de dicha meta como un paso intermedio necesario para obtener la meta auténtica que persigue un individuo. Hay múltiples situaciones en las que se persigue una meta particular, la cual, aunque más o menos apreciada por el individuo, es considerada por éste como algo imprescindible en su lucha por la consecución de su auténtica meta. El ámbito universitario es uno de los campos en los que con bastante facilidad se aprecia cómo son muchas las sucesivas metas por las que se siente interesado un individuo, teniendo todas ellas el común denominador de favorecer o facilitar la consecución de la meta importante que persigue dicho individuo.

Por último, también es importante considerar el contacto con otros individuos como una de las finalidades importantes en la elección de una meta por parte de un individuo. Es, probablemente, una de las manifestaciones más claras de la dimensión social del individuo, y que, como han señalado Hollenbeck y Klein (1987), la elección de este tipo de metas podría ser considerada como una muestra más de la relevancia que posee la satisfacción de necesidades psicológicas.

En fin, cuando se analiza más minuciosamente la teoría de las metas como motivos, es fácil descubrir cómo se ha producido ese paso natural desde las clásicas argumentaciones basadas en el valor y la expectativa, que, como indicamos en apartados anteriores, se caracterizan por la argumentación motivacional basada en la reducción del impulso, hasta la actual formulación que, al menos a nuestro juicio, sigue siendo una teoría basada en el valor y la expectativa, aunque con otra terminología. Así, se habla de la Teoría de la utilidad esperada, teniendo en cuenta, como indica Deckers (2001), que en esa expresión se encuentran implícitas tres variables: la expectativa del valor de la meta, la expectativa de conseguir esa meta, y la expectativa del esfuerzo que hay que invertir en la consecución de esa meta. Como se puede apreciar, dicha formulación teórica se encuentra muy próxima a la teoría del valor y la expectativa.

Por lo que respecta a la expectativa del valor de la meta, los análisis que lleva a cabo ese individuo se basan en el sistema de valores del mismo, en las influencias sociales, y en las características materiales de la meta. Asumiendo que la meta posee utilidad -valor- para ese individuo, la conducta motivada dirigida a la consecución de la misma se fundamenta en los otros dos factores, esto es, la expectativa de conseguir esa meta y la expectativa del esfuerzo que tiene que invertir en la consecución de la misma.

Por lo que respecta a la expectativa de conseguir esa meta, que es otra forma de referirse a la probabilidad subjetiva de éxito, creemos que es necesario distinguir entre probabilidad objetiva de éxito y probabilidad subjetiva de éxito. La probabilidad objetiva se fundamenta en los datos conocidos -o teóricos- acerca de la ocurrencia de un evento concreto relacionada con el número total de ocurrencias posibles. Por el contrario, la probabilidad subjetiva se refiere a la creencia que posee un individuo acerca de la ocurrencia de un evento. Hay que señalar, no obstante, que en esa creencia puede estar influyendo también la experiencia que ese individuo pueda haber adquirido anteriormente en esa misma situación, o en situaciones similares. Por ejemplo, si, ante una determinada actividad para conseguir una meta, un individuo estima subjetivamente una probabilidad de éxito de 0,5, en función de los resultados obtenidos en dicha actividad, así será la subsiguiente expectativa o probabilidad subjetiva de éxito, pudiendo ésta variar en sentido ascendente o descendente. Se produce lo que Lewin, Dembo, Festinger y Sears (1944) denominaban discrepancia con la meta, que permite entender la motivación de un individuo en los sucesivos intentos de conseguir esa meta. Cuando la discrepancia se incrementa con los intentos, disminuye la probabilidad subjetiva de éxito, mientras que la disminución de la discrepancia se acompaña por incrementos en la probabilidad subjetiva de éxito. Uno de los ejemplos prototípicos de discrepancia con la meta lo constituyen los individuos Tipo A, quienes, entre otras cosas, se caracterizan por poseer elevadas expectativas de éxito, que generalmente no se corresponden con la capacidad real de dichos individuos para conseguir las metas que se proponen (Palmero, Codina y Rosel, 1993; Palmero y Breva, 1994). Sin embargo, hay que señalar que no es necesario concluir la actividad o la tarea para detectar si la conducta que se va realizando incrementa o disminuye la probabilidad subjetiva de éxito; es decir, según se va desarrollando la actividad para conseguir una meta, el individuo puede ir detectando si la actividad le acerca a la meta o no. Esta idea del feedback de la bondad de la conducta ha sido expresada gráficamente por Locke y Latham (1990).
                En función de este análisis o evaluación acerca de la adecuación de la conducta en curso, el individuo la mantendrá o la modificará, intentando en todo caso, siempre que sus posibilidades se lo permitan, buscar aquella actividad que mejor le garantice la consecución de la meta.

                 La importancia de la probabilidad subjetiva es doble. Por una parte, permite entender la conducta que el individuo manifiesta; por otra parte, remarca la dimensión cognitiva que antecede a la decisión de actuar, entendiendo que los análisis y evaluaciones que realiza un individuo se fundamentan en la dificultad estimada de la tarea a realizar y en la percepción de los recursos disponibles para emprender la tarea de conseguir esa meta[9]. En última instancia, la expresión de la probabilidad, tanto si se fundamenta en datos objetivos y asépticos, cuanto si lo hace en las creencias del individuo, oscilará entre cero y uno.

                Por lo que respecta a la expectativa del esfuerzo a invertir para conseguir esa meta, también refleja la actividad cognitiva que lleva a cabo un individuo para establecer la energía, el número de respuestas y el tiempo que tendrá que dedicar a la empresa en cuestión. Son diversas las denominaciones que se han utilizado para referirse a un hecho intuitivamente claro: la Motivación y el esfuerzo se encuentran inversamente relacionados. Parece claro que, cuanto mayor es el esfuerzo a invertir en la consecución de una meta, menor es la motivación del individuo para intentar esa consecución. Así, es clásica la propuesta del principio del mínimo esfuerzo, por parte de Tolman (1932): “(dicho principio), que se utiliza en diversas ciencias bajo una gran variedad de denominaciones, cuando se aplica al estudio de la conducta, enfatiza que la elección final entre caminos alternativos se decantará en la dirección de aquella posibilidad que implica un consumo mínimo de energía física” (Tolman, 1932, p. 448). Es decir, en el caso de dos incentivos con un valor parecido, el individuo elegirá la consecución de aquel que implique un menor esfuerzo. También Hull (1943) se refirió a un principio parecido, aunque en términos de ley del trabajo mínimo: “Si dos o más secuencias de conducta, cada una de ellas implicando un diferente consumo de energía, han sido reforzadas el mismo número de veces, de forma gradual el organismo tiende a elegir la secuencia conductual menos laboriosa” (Hull, 1943, p. 294).

                En última instancia, es la combinación de los factores referidos, esto es, el valor de incentivo de la meta, la expectativa de éxito y el esfuerzo a invertir, lo que determina la ocurrencia o no de una determinada conducta motivada, y, en el caso de que se decida emprender dicha conducta motivada, determina también la forma en la que dicha conducta se llevará a cabo. Uno de los aspectos interesantes de esta formulación teórica consiste en el destacado peso que juegan los procesos cognitivos, tanto en el principio del proceso, en forma de análisis y evaluación de la utilidad -valor- de la meta, de su dificultad, así como de los recursos disponibles para intentar conseguirla, cuanto a lo largo del mismo, con la evaluación continuada que permite verificar en qué medida la conducta empleada permite al individuo aproximarse o no a la meta.

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