LIC. EN PEDAGOGÍA 5° SABATINO SEMESTRAL
a) RASGOS COMUNES: comienza con el
desarrollo puberal y llega hasta los trece o catorce años, los chicos normalmente siempre
unos años más tarde, -insisto en que lo de las edades es a título indicativo,
de estudio, que en la realidad pueden adelantarse o retrasarse en todas las
etapas-. Coincide con la etapa de máximos cambios en el crecimiento físico y en
desarrollo sexual. Es un período de sorpresas para los padres inexpertos;
comprueban cómo su hijo se vuelve desobediente, rebelde o “maleducado”, dando
la impresión de que todos los esfuerzos para educar al niño han sido baldíos.
En este proceso de maduración mental se observa
que, junto a un desarrollo para el pensamiento abstracto hay, cierta
sistematización de ideas. Los sentimientos y la imaginación influyen de un modo
especial sobre la vida mental, lo que contribuye al cambio y a la versatilidad
de intereses y opiniones. Estos intereses responden menos a una curiosidad
intelectual que a una avidez de experiencia.
La intensa vida afectiva se manifiesta más hacia
fuera que hacia dentro durante esta fase. El púber es víctima de un
desequilibrio emocional que se manifiesta en la sensibilidad exagerada y en el
carácter irritable. Los rasgos de irritabilidad se dan junto con los rasgos de
timidez y ternura).
Con respecto a la maduración social, el rasgo más
típico es la pertenencia al grupo de compañeros de estudio o de “camaradas”.
b) RASGOS NO COMUNES: En algunos
adolescentes el desarrollo repercute con más fuerza de lo normal en la vida de
la inteligencia. En estos casos se muestran ensimismados. La forma de pensar de
ahora es el ensueño y la fantasía: soñar despierto. El sentimiento de
inseguridad les mueve en ocasiones a refugiarse en un mundo de ficción. Esta
evasión es un mecanismo de defensa que puede perturbar el pensamiento abstracto
y, como consecuencia, los estudios.
En el aspecto afectivo cabe señalar, las
excentricidades para llamar la atención de los demás, para hacerse notar.
En relación con la vida social cabe señalar que
algunos púberes encuentran dificultad especial para sintonizar con el mundo de
los mayores (de ahí la huída de los padres). No se sienten seguros en este
medio, refugiándose a veces en el aislamiento y otra en el grupo de camaradas.
c) AYUDAS POSITIVAS: El problema que se
plantea en esta época es que el educador debe de exigir además de comprender. O
cuando las pretensiones son desorbitadas, ¿qué hacer?, estudiar las diversas
alternativas, tomar decisiones…., pero nunca abdicar.
El púber y el adolescente, muchas veces, ponen a
prueba la solidez de los criterios del adulto a través de sus exigencias y de
su rebeldía. Desde este aspecto, la adolescencia es un reto, la adolescencia de
los hijos es un reto para la maduración de los padres.
Por eso además de comprender a los adolescentes hay
que exigirles -así mismo a los adultos- certeza en los criterios y coherencia
en las actitudes y en la conducta. La autoridad en esta etapa se ha de basar
fundamentalmente en la convicción profunda de que su ejercicio es un servicio
para el bien del hijo, por incómodo que resulte para unos y para otros. Hemos
llegado al momento de razonar las decisiones, aún sabiendo, y que no siempre
los hijos aceptarán a sus padres o la interpretarán con exactitud.
Siguiendo al profesor Gerardo Castillo, en
esta etapa la ayudas que podemos dar a nuestros hijos o a nuestros educandos,
se pueden resumir:
1. Dar información de sí mismo, de la realidad
exterior y que aprendan a actuar en consecuencia. Para ello: revelarle cómo es
(posibilidades y limitaciones), qué le está ocurriendo y qué sentido tienen los
cambios que está sufriendo. Fomentar y orientar su curiosidad, ponerle en
contacto con realidades desconocidas por él (lecturas variadas, muy
aconsejables en esta edad: biografías, relatos de hechos reales, libros sobre
naturaleza; excursiones, viajes, visitas culturales…).
Será necesario estimular tanto la aceptación de sí
mismo como de que pida y acepte ayudas de los demás, cuando sea necesario, por
ejemplo, en la metodología de estudio. Aquí lo fundamental es favorecer la
virtud del optimismo, que supone confiar en las propias posibilidades y
en la ayuda a los demás en orden a afrontar las posibilidades que se presentan.
2. Orientarles a adquirir una noción correcta de la
libertad y del uso correcto de ella. Para lograrlo convendrá aprovechar todas
las ocasiones para hacerle pensar: que analice objetivamente los hechos y que
aprenda a descubrir cuál es el problema antes de actuar, que pondere
detenidamente las alternativas antes de tomar decisiones. Dejarle claro el
concepto de libertad. Enseñarles a hacer compatible la autonomía personal (en
la elección de amigos, uso del tiempo libre, en la vestimenta, en las lecturas,
en las diversiones, etc.) con la obediencia y aceptación de la orientación
personal de los padres.
Dar oportunidades frecuentes para que se ejercite
en la toma de decisiones personales, saber elegir y que asuma las consecuencias
de la decisión adoptada. En necesario para todo ello favorecer el desarrollo de
la fortaleza. Para ello convendrá proporcionarle ocasiones en que pueda
hacer cosas que les supongan esfuerzo personal y otras, aceptar las
contrariedades que se presentan.
3. Fomentar el aprendizaje de la convivencia y el
buen uso del tiempo libre. Para ello: crear hábitos de flexibilidad en
las relaciones sociales: esta virtud está muy relacionada con el respeto, que
se puede concretar en los siguientes aspectos: tratar a los demás con la debida
consideración, no murmurar o criticar de los demás, saber agradecer los favores
recibidos…
En cuanto al uso responsable del tiempo libre,
entre otras cosas proponer y sugerir actividades que le permitan estar
siempre ocupado. Implica dar criterio con respecto a las lecturas, amigos y
diversiones.
4. Por último, guiarles en las tareas de defenderse
de las influencias negativas del ambiente, especialmente de las que derivan de
la manipulación publicitaria, de la sexualidad y de valores. Para ello, es
importante “abrirle los ojos”, fomentar la reflexión y el espíritu crítico,
para no aceptar indiscriminadamente todo lo que se le propone u ofrece.
Los adolescentes necesitan, junto con las ayudas
antes señaladas, adquirir un buen criterio en relación con temas de consumo, de
sexo y de valores, de tal manera, que su educación les capacite ante caprichos
y necesidades que se crean ellos mismos (influídos por la publicidad,
fundamentalmente televisiva) adoptando un disconformidad de ir en
contracorriente.
La virtud de la sobriedad les permitirá por
una parte “distinguir lo que es inmoderado” y, por otra “utilizar
razonablemente su dinero, sus esfuerzos, etc., de acuerdo con criterios rectos
y verdaderos.
Durante esta etapa, hemos hecho referencia al
desarrollo de las virtudes de: optimismo, fortaleza, y sobriedad; también es
importante iniciar el desarrollo del pudor.
El profesor David Isaacs, dice que entre los
ocho y doce años, se deben desarrollar, la siguientes virtudes: fortaleza,
perseverancia, laboriosidad, paciencia, responsabilidad, justicia y
generosidad. Es decir, que estas virtudes debieran estar desarrolladas
cuando el niño llega a la adolescencia, pero tampoco no desesperarse si no lo
están, en educación siempre hay solución: siempre se está a tiempo.
Las indicaciones del citado profesor, pueden servir
como una base flexible, en torno a la cual los padres pueden reflexionar para
luego concretar su actuación en su situación particular. No tiene gran
importancia el hecho de desarrollar una virtud u otra. El conjunto de virtudes
en desarrollo es lo que interesa.
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