MODELOS EXPLICATIVOS EN
PSICOLOGÍA DE LA MOTIVACIÓN
Barberá Heredia, Ester
INTRODUCCIÓN
En su
afán por comprender la actividad humana, la Psicología ha asignado a la
motivación el cometido de explicar las causas del comportamiento. Entre los
procesos psicológicos básicos, tal vez sean los motivacionales los que se
presentan más estrechamente vinculados con la acción, con independencia de que
el marco teórico adoptado sea conductista, cognitivo o dinámico (Barberá y
Mateos, 2000). De hecho, la asociación entre explicación causal (motivación) y efecto
resultante (conducta) ha generado, con frecuencia, un cierto confusionismo, que
se explicita en 'la circularidad' presente en bastantes definiciones
psicológicas, en las que el concepto de motivación se infiere a partir de las
conductas que deberían explicarse apoyándose en él. La crítica a la explicación
circular plantea que una teoría científica debe definir los estados
(necesidades, deseos, impulsos, incentivos) que se postulan como motivos del
comportamiento con independencia de las actividades que se pretenden explicar
(Wise, 1987).
A lo
largo del siglo XX, la Psicología ha desarrollado múltiples teorías de la
motivación humana, de manera que para poder tener una visión de conjunto sobre
las tendencias dominantes se hace necesario introducir algún criterio
ordenador. Existen tipologías motivacionales muy diversas, pero, sin duda, la
tradición dualista, que ha prevalecido a lo largo de la historia del
pensamiento occidental, ha dejado una impronta potente en el estudio
psicológico de la motivación. En fechas recientes, el profesor Garrido ha
analizado las principales confrontaciones en la representación del
comportamiento humano, a través de polaridades referidas a 'libre voluntad versus
determinismo', 'anticipación de metas versus mecanicismo' o 'el sujeto
como sistema auto-regulador versus la metáfora del individuo-máquina'.
La forma concreta en que se ha resuelto cada una de estas confrontaciones ha
ejercido una notable influencia en el desarrollo de la psicología motivacional
(Garrido, 2000).
Siguiendo
el criterio dualista, la clasificación que aquí se propone para iniciar el
debate sobre el protagonismo de la motivación en la explicación de la actividad
humana parte de la diferenciación entre modelos reactivos y teorías de la
activación. Soy consciente de que clasificar supone organizar y clarificar;
pero también implica uniformar, dividir y simplificar, lo que conlleva pérdida
de matices diferenciales y riqueza de contenido. Pero, asumir riesgos es una
condición necesaria para avanzar en el conocimiento.
1. TEORÍAS REACTIVAS
Bajo este
rótulo se incluyen planteamientos teóricos y epistemológicos bien
diferenciados. Sin embargo, todos ellos comparten entre sí la conceptuación del
sujeto como un ser reactivo, cuyas actuaciones responden a cambios producidos
en el estado de una situación estimular concreta. La motivación se inicia, por
tanto, como reacción ante una determinada emoción (miedo), una necesidad
biológica (hambre) o psicológica (curiosidad), y, también, ante la presencia de
estímulos externos (apetitivos/aversivos). En cualesquiera de estos casos, la
meta de la conducta motivacional siempre consiste en satisfacer una demanda y,
por ende, reducir la presión.
En
relación a las fuentes iniciadoras de la conducta motivada quiero hacer dos
puntualizaciones, referidas respectivamente a las emociones básicas y a la
inclusión de la curiosidad. El planteamiento de las emociones como agentes
motivacionales es compartido por casi todos los autores, si bien existen
diversos modos de representar esta vinculación. Así, mientras Izard sostiene
que la función central de una emoción básica es similar a la de un motivo y
consiste en activar y dirigir el comportamiento, el modelo de Buck representa
los procesos motivacionales y emocionales como las dos caras de una moneda,
atribuyendo a las emociones el cometido específico de facilitar o dificultar
las adaptaciones exitosas. Por su parte, la interpretación de la curiosidad
como necesidad psicológica, con propiedades motivacionales similares al hambre
o la sed, merece ser matizada, como se hará más adelante.
En la
base de esta representación motivacional subyace la noción de homeostasis,
concepto procedente de la Fisiología, introducido por Cannon en referencia al
equilibrio dinámico que mantiene dentro de una variabilidad limitada, el medio
interno. La investigación psico-fisiológica se interesó, en un principio, por
las orientaciones motivacionales primarias, tales como alimentarse, huir o
evitar el dolor, y para explicarlas desarrolló tanto teorías locales (del hambre
o de la sed) como otras que implican la intervención de estados motivacionales
centrales -Central Motive State- (Morgan, 1943). En cada una de ellas, o
bien la estimulación de determinados puntos periféricos o bien la actividad de
los centros excitadores del hipotálamo activan una serie de conductas
orientadas a mantener el equilibrio homeostático.
La
formulación motivacional de Hull y su escuela (Hull, 1943, 1952; Spence, 1956)
representa el intento más sistemático y completo por trasladar el modelo homeostático
a la explicación psicológica de la motivación humana. La funcionalidad de los
procesos motivacionales la desarrolla Hull a través de dos conceptos básicos,
el impulso (drive) y el incentivo, y su explicación se integra en
la 'teoría general de la conducta', teoría basada en los principios del
aprendizaje asociativo característicos del conductismo mediacional. En la
década de los sesenta, la incorporación del concepto de activación
fisiológica de Duffy (1962) aporta una medida psicofisiológica al impulso
hulliano, de manera que su intensidad podía medirse fisiológicamente con
independencia de la conducta resultante (Suay, Salvador y González, 1996).
La teoría
de Hull supuso para la Psicología la primera interpretación empíricamente
demostrable de la motivación. Y su influencia, tomando en consideración las
sucesivas modificaciones propuestas por él o por sus discípulos, ha sido
dominante en el ámbito académico durante la primera mitad del siglo XX,
habiendo servido como heurístico central en la investigación psicológica
teórica y aplicada. Por la misma razón de su influencia, también ha sido objeto
de numerosas críticas, entre las que cabe destacar la pretensión generalista de
explicar comportamientos humanos complejos, relativos a las situaciones de
frustración o a las reacciones ante un conflicto, a partir de diseños
experimentales basados fundamentalmente en la investigación animal, en los que
sólo se estudian reacciones motivacionales ante situaciones de privación
forzosa. A pesar de todo, no existe un modelo motivacional unitario que
represente en la Psicología académica actual lo que supuso en su momento la
propuesta de Hull.
1.1. Explicaciones cognitivas reactivas: los
modelos basados en E/V
La
perspectiva cognitiva, cuya influencia en la disciplina psicológica aumenta
desde finales de los años cincuenta, dirige la atención hacia el estudio de
motivaciones complejas que acontecen en actividades específicamente humanas en
relación con comportamientos conscientes y de carácter voluntario; tal es el
caso de la motivación de logro o de la planificación de metas. Sin embargo,
gran parte de los modelos cognitivos desarrollados para explicar la motivación
asumen y reproducen el esquema general característico de la concepción
homeostática.
El
ejemplo más claro de trasposición del modelo homeostático al ámbito de la
cognición humana se observa en una serie de teorías, etiquetadas grosso modo
como de 'la consistencia cognitiva'. Si bien estas teorías poseen
formulaciones específicas y ámbitos de aplicación diferenciados, todas ellas
confluyen en la idea de presentar la interpretación motivacional dentro de
series alternativas de consistencia/inconsistencia como características
centrales de la actividad psíquica. La teoría de la disonancia de Festinger
(1957), la de la reactancia psicológica (Brehm, 1966), el modelo de
autopercepción de Bem (1972) o la teoría de la equidad (Adams, 1965; Homans,
1961), comparten la estructura prototípica del modelo homeostático.
El
esquema general de la teoría de la reducción del impulso, que en el diseño de
Hull se aplica a la necesidad de satisfacer el deseo por la comida en una
situación de hambre, se utiliza para explicar el funcionamiento de la psique
ante pensamientos disonantes, percepciones de inequidad o cualquier otra inconsistencia
entre creencias y comportamientos. El contenido motivacional que se pretende
conocer cambia (motivos básicos versus motivos secundarios), así como el
diseño general de la investigación (laboratorio animal versus
observación y registro de reacciones humanas). Pero, la estructura explicativa
homeostática se mantiene intacta en el modelo de la reducción del impulso y en
las teorías de la consistencia cognitiva. Ambos comparten una interpretación
mecanicista de la motivación humana basada en la alternancia dinámica entre
equilibrio inicial (consonancia) y desequilibrio posterior (situación
disonante). El sujeto se motiva, por tanto, ante una situación estimular
concreta y reacciona mediante conductas predeterminadas, con el propósito de
recomponer el estado anterior.
Entre las
explicaciones cognitivas de la motivación humana, una de las que ha tenido
mayor impacto se basa en destacar el papel que las 'expectativas' y
'valencias', en tanto conceptos anticipatorios a la acción, ejercen sobre el
nivel de esfuerzo (tendencia motivacional) asignado a determinadas conductas.
Una serie de modelos, desarrollados por Atkinson (1957), Feather (1959) o Vroom
(1964) y aplicados a ámbitos muy diversos, se pueden agrupar en torno a la
denominación común de teorías de expectativa/valencia (E/V). Estas
teorías comparten con las de la consonancia/disonancia una visión racional del
ser humano y consideran que el comportamiento es intencional en la medida en
que obedece a un propósito funcional. Asimismo comparten un planteamiento
reactivo de la motivación, en tanto en cuanto las tendencias motivacionales se
interpretan como reacciones específicas provocadas por cambios en la situación
estimular. En este caso, los estímulos (expectativas y valencias) son internos,
mentalistas y anticipatorios. La intencionalidad, aunque se asume como
característica inherente a la conducta, no representa un constructo explicativo
de la motivación humana. Mantienen el criterio mecanicista al asignar a las
expectativas y las valencias toda la responsabilidad de la tendencia
motivacional dominante.
1.2. Reelaboración y ampliación de los parámetros
de E/V
El
profesor Pedro Mateos (1996), al revisar la evolución de los conceptos de
motivación, intención y acción por parte de la Psicología, analiza con detalle
algunas propuestas psicológicas que, manteniendo la filosofía general de los
modelos basados en expectativas y valencias, intentan o bien ampliar su alcance
o bien complementar estos dos parámetros cognitivos con otros componentes
motivacionales. A su capítulo remito para los interesados en el tema. Aquí sólo
voy a hacer referencia a determinados intentos de reelaboración o de ampliación
del esquema clásico basado en los parámetros de expectativas y valencias. Tales
intentos evidencian, por un lado, el impacto tan fuerte que han tenido y
continúan teniendo las teorías de E/V en la psicología motivacional. Por otro
lado y esto es lo más interesante, estas propuestas han contribuido a perfilar
los contornos del mosaico explicativo de la motivación humana.
Ejemplos
de re-elaboración de los parámetros E/V se encuentran en las propuestas
de Bandura (1977) o Heckhausen (1977) al diferenciar tipos específicos de
expectativas. La clasificación de Bandura distingue entre expectativas de
eficacia y de resultado. Las primeras, referidas a la percepción de
auto-capacidad para llevar a cabo una conducta, se sitúan conceptualmente entre
el sujeto y la acción. Las expectativas de resultado, sin embargo, aluden a la
convicción de que una determinada acción producirá un determinado resultado.
Intervienen como actividades mediadoras entre la acción y el resultado
esperado.
Heckhausen,
por su parte, clasifica tres tipos de expectativas: i) de situación-resultado
(S-R), ii) de acción-resultado (A-R) y de resultado-consecuencia (R-C). La
expectativa de A-R coincide prácticamente con la noción de expectativa de
resultado de Bandura. La expectativa de S-R se define como la creencia de que
una situación en sí misma, al margen de la conducta del sujeto, llevará a un
determinado resultado. Por ejemplo, el convencimiento de que determinadas
situaciones de pobreza llevan aparejadas el fracaso escolar. Finalmente, la
expectativa de R-C consiste en la creencia de que el resultado esperado actuará
como instrumento mediador para alcanzar unas determinadas consecuencias. Si se
termina la carrera (resultado) se podrá acceder a un puesto profesional
(consecuencia).
Tanto la
noción de expectativa de eficacia de Bandura como la de expectativas de R-C de
Heckhausen van a generar importantes repercusiones en la interpretación
psicológica de la motivación. Bandura desarrollará el concepto de auto-eficacia
(Bandura, 1982, 1995), incidiendo en el papel motivador que tiene la percepción
de uno mismo como agente capaz de llevar a término determinadas acciones. Sobre
la noción de auto-eficacia y la percepción de auto-capacidad volveremos luego,
al hablar de motivación intrínseca.
A su vez,
la distinción entre resultado y consecuencias, que plantea Heckhausen,
posibilita la interpretación de los resultados como pasos instrumentales
encaminados hacia metas de orden superior que aportan valor significativo a
nuestras acciones. De manera que, aunque no se pueda influir directamente sobre
las consecuencias sino sólo sobre los resultados, la creencia en la relación entre
resultados y consecuencias posteriores adquiere valor motivacional. La
relevancia de las acciones futuras sobre la conducta presente será enfatizada
por Raynor (1981) a través de su concepción de 'la orientación futura' y por
Gjesme mediante el concepto de 'distancia temporal de la meta'.
Además de
ampliar el concepto tradicional de expectativa o de incorporar tipos
diferenciados de valoraciones anticipadas (comparación social, auto-valoración,
incentivos extrínsecos, costes/beneficios, o valor cultural), ha habido otras
propuestas que han incorporado parámetros adicionales a los de
expectativas y valencias para explicar las tendencias motivacionales de la
conducta. Uno de los ejemplos más representativos de esta ampliación del modelo
de E/V se localiza en 'la teoría dinámica de la acción' de Atkinson y
Birch, (1970, 1978). En ella la tendencia de acción dominante se representa
como el resultado final de contrarrestar fuerzas instigadoras y consumatorias,
por un lado, frente a fuerzas inhibitorias y de resistencia, por otro. La idea
de incluir en la explicación motivacional tanto las tendencias hacia la acción
como las de evitación está ya presente en la explicación previa de Atkinson
(1957) sobre la conducta de logro. La novedad de esta propuesta radica en que,
al incorporar parámetros mediacionales (fuerzas instigadoras y consumatorias /
fuerzas inhibidoras y de resistencia) entre las expectativas/valencias y las
tendencias motivacionales resultantes, se plantea la posibilidad teórica de
producir un cambio en la conducta y en la estructura motivacional subyacente,
aún cuando permanezcan constantes las expectativas del sujeto y su valoración
en torno a la situación vital.
En
resumen, a partir de la década de los sesenta proliferan una serie de modelos
que intentar explicar las estrechas relaciones entre factores motivacionales y
conducta, o entre conocimiento, motivación y actividad. A pesar de los
innegables progresos que representan algunas de estas propuestas cognitivas
respecto a una consideración más activa y auto-reguladora de la motivación
(Bandura, 1982; Raynor, 1981), la serie de teorías incluidas en este bloque,
categorizado como reactivo, comparten un planteamiento común.
2. TEORÍAS DE LA ACTIVACIÓN
Este
enfoque parte de la consideración del ser humano como agente causal de sus
propias acciones. La motivación se interpreta como una actividad que, a menudo,
se manifiesta de forma espontánea, sin necesidad de reducirse a mera
reacción ante una situación estimular específica. Además, la conducta motivada
se considera propositiva puesto que, en gran medida, se desarrolla
impulsada por planes, metas y objetivos.
Desde la
perspectiva psicofisiológica, el concepto de motivación de Hebb (1955),
definido como la tendencia de todo organismo a producir actividad organizada, y
el conocimiento del sustrato neural del arousal, en torno a la formación
reticular y los núcleos inespecíficos del tálamo, constituyen dos importantes
apoyos para sostener la concepción del ser humano como agente causal. La
crítica posterior a la representación de la activación como un constructo
unitario (Vila y Fernández, 1990) va a posibilitar la incorporación del enfoque
sistémico, que toma en consideración tanto las estructuras neurales centrales y
periféricas como el papel modulador de los componentes neuroendocrinos y, sobre
todo, la serie de interacciones que se establece entre dichos componentes. La
identificación del sistema cerebral de la motivación, a partir de los hallazgos
de Olds y Milner, permite inferir la existencia de un circuito neural, cuya
función consiste en regular el nivel de activación y proporcionar el impulso
necesario para actuar en una determinada dirección (Suay, Salvador y González,
1996).
A
diferencia de los planteamientos reactivos, la motivación humana en las teorías
activadoras se caracteriza básicamente por las propiedades de espontaneidad y
propositividad. La curiosidad, el afán exploratorio o el sentido de
autodeterminación de la conducta son, en sí mismos, capaces de activación
psicológica y el objetivo de tal actividad no consiste en restablecer la
situación previa ni restaurar el equilibrio roto, sino guiar el comportamiento
hacia caminos nuevos, desconocidos y desafiantes. La importancia motivacional
de la intencionalidad y el peso que la voluntad ejerce sobre la conducta
propositiva se han ido consolidando, en años recientes, en torno a una teoría
general de la acción claramente separada del esquema tradicional alrededor de
la conducta. Los antecedentes más inmediatos de tales posicionamientos teóricos
remiten a la psicología filosófica de principios de siglo; y, en particular, a
las explicaciones científicas desarrolladas por Ach para evaluar, de manera
objetiva, la fuerza de voluntad, así como a la réplica y cuestionamiento que
posteriormente plantea Lewin.
El
desarrollo de la motivación intrínseca y la investigación psicológica
desarrollada para explicar su origen se interesan, sobre todo, por el análisis
de la espontaneidad, en tanto rasgo motivacional característico, que está
presente en múltiples actividades humanas. Por su parte, el carácter
propositivo, en estrecha sintonía con las nociones de intencionalidad y
voluntad, ocupará el centro de atención en las explicaciones motivacionales de
los modelos de la acción (Heckhausen, 1987; Kuhl, 1985).
2.1. La motivación intrínseca
La
definición de motivación intrínseca plantea que gran parte de la
actividad humana se realiza por el placer que supone o por el interés que su
ejecución conlleva. La pregunta clave para la investigación psicológica ha
girado en torno al conocimiento sobre cuáles son los factores subyacentes que
permiten explicar la motivación intrínseca. En último término ¿qué es lo que
convierte a una actividad en intrínsecamente motivante?. Las respuestas
obtenidas han sido diversas y, en cierto modo, complementarias.
Algunos
investigadores se han interesado por analizar las propiedades específicas de
algunos objetos, que los convierten en intrínsecamente motivantes. Así por
ejemplo, los estudios de Berlyne (1960), aplicados al ámbito educativo, inciden
en las características de novedad, complejidad e imprevisibilidad, que poseen
determinadas actividades, en tanto determinantes del interés motivacional. Un
grado intermedio de cada una de estas propiedades despierta el interés de los
sujetos y favorece la curiosidad y el afán exploratorio hacia ellas. Que una actividad
resulte moderadamente novedosa, compleja o imprevisible depende, en parte, de
la comparación de la información derivada de distintas fuentes. En este
sentido, tales propiedades se definen como colativas de los patrones de
estímulo.
Hasta
cierto punto, el esquema homeostático reactivo se mantiene en esta explicación,
en la medida en que las propiedades colativas (novedad, complejidad,
imprevisibilidad) de ciertos estímulos provocan curiosidad y llevan a la
exploración y manipulación de objetos para su mejor conocimiento; de modo
parecido a como en el esquema clásico hulliano la carencia de algún principio
alimenticio básico genera hambre y lleva a buscar alimento para satisfacer la
necesidad. En este sentido, se puede representar la curiosidad como una
necesidad psicológica, actuando de manera relativamente parecida a las
necesidades básicas de hambre o sed, tal y como se ha mencionado previamente.
Csikszentmihalyi
(1975) incorpora la noción de flujo, cuyo antecedente más directo cabe
localizarlo en la idea de 'reto óptimo', como punto de encuentro entre el nivel
de dificultad de la tarea, característico de una actividad, y las habilidades
de las que dispone la persona para resolver la situación problemática. Aquí, la
activación motivacional no depende sólo de la novedad o interés intrínseco del
trabajo en cuestión, sino de la correspondencia entre ésta y los recursos
personales de los que se dispone para afrontar la situación. El origen de la
motivación intrínseca no depende sólo de las propiedades colativas que posean
determinados objetos sino de una adecuación equilibrada entre competencia del
individuo y reto implicado en la tarea. Cuando los retos superan las
competencias individuales se genera un estado de ansiedad por exceso de
dificultad. Si, por el contrario, las habilidades superan con creces los retos,
el individuo se mostrará aburrido y, por ende, poco motivado.
Aunque,
sin duda, las nociones de flujo o de reto óptimo incorporan, hasta cierto
punto, la sensación de control personal sobre las propias habilidades y la
interacción del sujeto con la actividad, la concepción motivacional subyacente
sigue siendo reactiva en la medida en que el placer que lleva a realizar la
actividad deriva, al menos parcialmente, de las propiedades colativas de los estímulos.
Pero,
también la investigación psicológica interesada por la motivación intrínseca ha
indagado sus orígenes dentro del sujeto, a través de la auto-percepción como
persona competente, eficaz y con determinación para actuar. Las nociones de
auto-competencia (White,1959), causación personal (deCharms, 1968),
auto-determinación (Deci y Ryan, 1985), auto-eficacia (Bandura, 1982) y acción
personalizada (Nuttin, 1985) realzan el protagonismo motivacional de la subjetividad
y el papel del individuo como agente causal de su propia actividad
comportamental. Cada uno de estos conceptos intenta definir, de manera precisa,
la naturaleza de la motivación intrínseca. Pero en cualesquiera de tales
explicaciones la motivación, más que responder a determinadas características
estimulares concretas, proporciona oportunidades para que las personas pongan a
prueba sus competencias y determinaciones, de manera activa e intencional. Las
características de dinamismo y activación interna alejan la noción de
motivación intrínseca de actividades placenteras derivadas, por ejemplo, de la
experiencia sensorial pasiva. Como dice Reeve (1994), puede que nos guste ir al
cine o escuchar música, pero no se puede definir estas actividades como
conductas activadas por la motivación intrínseca. Otra cosa distinta es que
tales actividades sensoriales favorezcan en nosotros el interés por conocer
solfeo, por aprender a tocar un instrumento musical o por estudiar
cinematografía.
Desde la
perspectiva que aquí se analiza, relativa a la diferenciación entre teorías
reactivas y de la activación, es esta última consideración de la motivación
intrínseca la que presenta al individuo activa y espontáneamente motivado,
buscando evaluarse en tanto persona competente y con autodeterminación respecto
del entorno.
2.2. Los modelos de la acción
Junto al
desarrollo de la motivación intrínseca, durante la década de los ochenta se
formalizan una serie de modelos psicológicos que incorporan la intencionalidad
y la voluntad como aspectos relevantes del comportamiento propositivo humano,
atribuyéndoles un papel específico en la explicación motivacional. Los dos más
representativos son la teoría del control de la acción de Kuhl (1985,
1986) y la del Rubicón de las fases de la acción desarrollada por
Heckhausen (1987). Ambas explicaciones enlazan directamente con la tradición
alemana de estudio de la voluntad, de la escuela de Wurzburgo, y con la noción
de intencionalidad definida por Ach como fuerza impulsora de una tendencia
determinante que incita a su realización.
Desde mi
consideración personal, las dos mayores aportaciones de estos modelos para
apoyar un enfoque activo y no meramente reactivo de la motivación son:
i) El establecimiento de una delimitación conceptual
importante entre tendencia motivacional y logro de objetivos, de la que se
derivan consecuencias teóricas y aplicadas de gran impacto, y
ii) la idea de que la conducta dirigida a una meta está
jerárquicamente organizada, aunque el desarrollo de su estructura y la fundamentación
empírica de la jerarquía todavía estén por descifrar.
Con
respecto a la primera cuestión, ambos modelos incorporan el análisis
diferencial entre los procesos que intervienen en la toma de decisiones y los
que actúan sobre la consecución del objetivo propuesto. Para lograr una meta
voluntaria es necesario, sin duda, tener el firme propósito de querer
conseguirla. Pero, la intención, en tanto concepto motivacional central que
representa el nivel máximo de compromiso con la acción, no garantiza el éxito
del resultado deseado. La experiencia de la vida cotidiana evidencia la
distancia existente entre los propósitos y los logros. Casi todos los
estudiantes inician el curso académico con el firme propósito de aprobar una
serie de asignaturas, sin embargo la proporción de los que lo consiguen suele
ser bastante inferior.
En
particular, Kuhl destaca como una insuficiencia la asunción implícita que
realizan las teorías de E/V al identificar conducta motivada con meta. Por el
contrario, su modelo parte de la diferenciación entre intencionalidad y acción.
La propuesta se sostiene en dos ideas básicas referidas a:
i) los impulsos, deseos, expectativas, valoraciones y
demás tendencias motivacionales son determinantes del grado de compromiso con
la acción, cuyo nivel más elevado se sitúa en la intención o propósito firme de
conseguir una meta, y
ii) entre intención y conducta median una serie de
procesos volitivos complejos que tendrán que imponerse frente a diversas
tendencias dificultosas, tanto externas como internas, para conseguir el
objetivo propuesto.
Son estos
últimos procesos y estrategias, más que los parámetros impulsivos, afectivos y
cognitivos determinantes del nivel de compromiso con la acción, los que el
modelo de Kuhl se interesa por estudiar.
El modelo
del Rubicón de Heckhausen representa, con más detalle, la misma idea de Kuhl
relativa a la diferenciación entre procesos motivacionales y volitivos,
incluyendo en su representación cuatro fases y dos momentos clave de inflexión
(el paso del Rubicón) en el proceso de toma de decisiones, tal y como aparece
en el siguiente esquema.
La cuarta
fase del modelo incorpora, además, un nuevo componente motivacional en la
secuencia, que se corresponde con la valoración que hace el sujeto de la acción
conseguida, idea esta que ya había sido previamente esbozada a través de la
noción de expectativa de resultado-consecuencia. La incorporación de la
valoración en la explicación de la actividad motivada de los comportamientos
voluntarios permite, por un lado, establecer en la representación un circuito
de retroalimentación, ya que sólo la valoración positiva de los resultados
obtenidos permite desactivar definitivamente la intención. Por otro lado, la
valoración de la acción precedente posibilita implícitamente la valoración de
las consecuencias, enlazando así el criterio de que el futuro puede influir
sobre el presente, a través de las metas anticipadas y de la valoración de las
mismas.
Síntesis
en castellano sobre las aportaciones de estos modelos para la psicología
motivacional se encuentran en Barberá (1991, 2000); Garrido (1996) y Mateos
(1996). Sobre la importancia de la anticipación de metas en la explicación
motivacional reflexiona el profesor Garrido en su reciente revisión teórica
aparecida en los números 5-6 de la REME (Garrido, 2000).
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